Detrás de la casa de esquina siempre pasó una sombra que me hizo suspirar.
Aunque las sombras no pueden hablar, tocar y sentir,
Yo me enamoré de aquella que, se posaba entre las calles del suspiro
Y el señuelo que en si abundaba y que de un momento a otro llegó hasta mí.
Los errores de mi antipatía en oportunidades jugaron al dominó en una mesa sucia,
Pero,
Las virtudes de mi ser siempre volvían hacia mí con el néctar de lo más verosímil a la locura.
Por años amé esa sombra que no podía amar.
En ese mismo tiempo cortaba flores en las mañanas,
Flores que nunca logré enviar,
Y aunque mi cariño posaba sus espaldas en el rincón de una puerta desconocida
Siempre observé de reojo al odio que siempre quiso engañarle,
Como sí se tratase de un campo de guerra,
Pero sin esa malicia y todo ese armamento que en ellas suele estar presente.
Día a día visité aquel aposento de magia y amor,
Para volver a suspirar,
Para enternecerme un poco,
Y crear algo parecido a la compañía de un ser para mí.
Nunca me creí capaz de hablar acerca de esto,
Nunca poseí ese valor,
Nunca pude olvidar aquella sombra que siempre amé.
Ese sueño eterno,
Creado con retazos de papel y unidos con pegamento de fantasía.
Un sueño pintoresco que siempre me dejo este sabor a sombras y algo más que AMAR.
G.
miércoles, 10 de marzo de 2010
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